El fin de la plantación de plátano
El Jardín
de El Encanto nace como un jardín personal que poco a poco comienza a
extenderse hacia la plantación de plátano existente en aquellos días. A
principios del 2010 y después de tres años de operación, tomé la decisión de
abandonar el cultivo del plátano, obedeciendo principalmente a tres razones:
primera, los precios bajos del mercado y
la imposibilidad de controlarlos por parte del productor; segunda, para evitar
el uso herbicidas químicos necesarios por lo menos dos veces al año para
mantener la plantación en buenas condiciones; y tercera, la incompatibilidad
entre tener una buena plantación y al mismo tiempo conservar la variedad de
árboles que se encontraban dispersos en ella. En otras palabras, al plátano no
le gusta la sombra y a mí me gustan los árboles, los cuales a su vez no paraban
de crecer.
Una vez
tomada la decisión de abandonar el cultivo del plátano, tenía que decidir ahora
qué hacer con la tierra, la cual aun baldía implicaba gastos de cercado y
control de malezas durante la estación lluviosa. Una opción era la introducción
de un cultivo alternativo, como por ejemplo jack fruit (Artocarpus heterophyllus), o cualquier otra especie con
posibilidades de exportación. Aunque en términos económicos la idea era
atractiva, muy pronto descubrí que los retos técnicos, principalmente a nivel
de asesoría, eran considerables ya que la estrategia consistía en parte en
introducir una especie casi desconocida en Nicaragua. Además, significaba estar
involucrado en dos áreas económicas diversas como lo era el turismo y la
agricultura, ¡y apenas venía saliendo de la
aventura del plátano!
Pero ya para
este tiempo había notado como en el área existente de jardín la biodiversidad
animal se enriquecía y constantemente descubría nuevas especies de pájaros,
reptiles, insectos, etc., contrario a lo que sucedía en la plantación de plátano.
También había notado que en esta área, aun siendo pequeña, nuestros visitantes
amantes de la naturaleza encontraban innumerables fuentes de asombro en las
flores, los insectos y en la diversidad de vida animal y vegetal que aquí se
conjuntaba.
El mensaje
fue claro y soñé en grande: convertiríamos la finca en el jardín más grande de
Ometepe. Tendríamos un espacio donde pudiéramos caminar entre flores y árboles,
apreciando la belleza natural del paisaje y las maravillas de la biodiversidad.
Un lugar lo suficientemente amplio para encontrar un espacio íntimo propicio
para la meditación y el recogimiento. Un lugar que sirviera de inspiración a
las nuevas generaciones de isleños y donde pudieran aprender las primeras
lecciones que los condujeran a apreciar y conservar la riqueza natural de la
isla.
Primeros pasos
Hacer un
jardín parece ser una de las actividades humanas más comunes y placenteras;
pero cuando nos embarcamos en cualquier tarea que sea al menos diez veces más
grande que lo común, entonces las cosas se complican, especialmente si no
contamos con la experiencia y el conocimiento formal en la materia. Y esto fue
precisamente lo que me ocurrió.
Además de
la limitación de los recursos (humanos y financieros), enfrentaba una serie de
problemas de tipo técnico y ninguno de los que trabajamos en el proyecto tenía
la experiencia necesaria en el área de la jardinería. Los empleados, si bien
habían crecido como agricultores desde su niñez, su experiencia se limitaba a
los cultivos tradicionales de la isla, como arroz, frijol y plátano. Agreguemos
a esto que la jardinería doméstica en la isla es una actividad exclusiva de las
mujeres y por tanto, sólo hablar de sembrar flores y además tener que cuidarlas era algo que no entusiasmaba a los trabajadores en un principio.
Por mi parte, mi educación formal en ingeniería no tiene nada que ver con
plantas y si bien es cierto que había tenido jardines en Canadá y en los
Estados Unidos, como ya se dijo antes, no es lo mismo tener un jardín en el
patio de la casa que querer convertir una finca en un jardín.
Era obvio
que mi sueño de tener un jardín de por lo menos una hectárea en un plazo de un
año, requería una inversión económica considerablemente alta en relación al
tamaño del negocio y la cual no podía financiar. Entonces recurrí a la sabiduría y al modo de hacer las cosas en
Ometepe: "lo haríamos al suave". Esta filosofía consiste en hacer las cosas sin
quitarse la vida, disfrutando al máximo cada etapa del proceso sin mortificarse
por cómo haremos la próxima.
Comenzamos por cortar
la mayoría de plantas florales que ya teníamos, debido a que estas habían sido
sembradas durante la etapa de la construcción de las casas y estaban
distribuidas de manera caprichosa. Al mismo tiempo, aprovechamos todas estas
plantas para sacar estacas y comenzar nuestro vivero. La mayoría de estas
plantas eran variedades de crotones (Codiaeum
variegatum) y avispas (Hibiscus
rosa-sinensis), Fuchsia sunray,
todas estas especies muy fáciles de reproducir mediante estacas.
Yo personalmente
comencé a parar frente a cada casa donde miraba una flor que no teníamos en el
jardín. Preguntaba por la señora de la casa y después de largas conversaciones
introductorias y muy interesantes, le pedía que me vendiera semillas o ramas de
las plantas que me interesaban. La mayoría de señoras, impresionadas de ver un
hombre interesado en sembrar flores, terminaba
regalándome las muestras y más de alguna vez, plantas ya desarrolladas
en bolsas o maceteros. A medida que nuestro vivero fue creciendo, implementé la
táctica de llevar conmigo algunas plantas ya desarrolladas, para proponer
intercambio de plantas por semillas o ramas de otras especies. Vale decir que
esta táctica fue muy exitosa y que todavía la sigo practicando.
Para mayo de 2010, es
decir a principios de la estación lluviosa, ya contábamos con más de 3.000
plantas embolsadas en nuestro vivero. El área que pensábamos plantar ya estaba
lista. Habíamos talado algunos árboles de especies prolíferas como el cachito (Stemmadenia pubescens), el guácimo (Guazuma tomentosa)
y el guarumo (Cecropia obtusifolia),
y habíamos removido toneladas de roca volcánica, que posteriormente ocupamos para
construir el pretil que cruza el jardín de norte a sur y el pretil circular que
rodea el hueco del pozo fallido. Este pozo lo habíamos comenzado en febrero del
mismo año, anticipando las necesidades de agua que tendríamos con el jardín.
Pero después de 11 metros de profundidad y de analizar las condiciones del
suelo, se hizo obvio que el agua se encontraba demasiado profunda para seguir
este proyecto, por lo que decidí abandonarlo y utilizar los recursos en darle
mayor profundidad al pozo existente en el lado norte de la finca.
En esta
primera fase, se sembraron todas las plantas desde la fila de crotones al norte
del restaurante, pasando frente a las habitaciones, hasta los linderos con la
plantación de plátano al sur y al oeste del pretil mencionado arriba. En total,
se utilizaron alrededor de 3.000 plantas de nuestro vivero en esta primera
etapa del jardín.
Al inicio
de la época seca implementamos el sistema de riego, parte por gravedad y parte
por bombeo. Este sistema nos permitió mantener vivas a la mayoría de las
plantas durante la temporada seca de noviembre a mediados de mayo.
Por último,
con toda la roca que se había extraído del área plantada, construimos el pretil
que va norte a sur y que divide lo que para nosotros es la primera y la segunda
sección.
Complicando lo ya
complicado
Para
mediados de 2011, ya todas las plantas se habían establecido y la abundante
lluvia de ese año estaba haciendo maravillas. Ya daba gusto pasearse admirando
flores, frutas, formas y colores y además, las cosas parecían bajo control.
Cada día yo miraba más allá del pretil imaginándome otro espacio similar al que
ya disfrutaba. También sentía una urgente necesidad por saber más acerca de las
plantas. Durante los últimos 30 años mi pasatiempo predilecto había sido la
observación de pájaros, pero ahora eran las plantas las que poco a poco se iban
apoderando de mi interés y mi tiempo.
Hasta que
un día sucedió lo que tenía que suceder. Di la orden y comenzamos a trabajar en
la segunda etapa y además, el proyecto se perfilaba ahora para ser un jardín
botánico.
Con la
experiencia ganada en la primera fase, la parte física del trabajo se nos hacía
ahora más fácil. Sin embargo, en el ámbito personal yo enfrentaba una tarea
gigantesca para mis posibilidades: identificar y clasificar las especies que
teníamos, no partiendo de cero como hubiera sido para un experto en botánica,
sino más bien de menos cien.
Tomé miles
de fotos de las plantas, incluyendo flores, frutos, hojas y corteza en el caso
de algunos árboles. Luego me dediqué a buscar en Internet bases de datos de fotos
de plantas y que a la vez estuvieran propiamente clasificadas. Entre los
recursos más valiosos que encontré quiero citar los sitios web de The Field
Museum (Chicago, IL), el Departamento de Botánica de la Universidad de Hawaii y
el Arboretum de la Universidad Francisco Marroquín, entre otros.
Para esta
época ya estaba tan familiarizado con las plantas de nuestro jardín, que podía
ir viendo una a una las fotos de cualquier base de datos, compararla con
imágenes mentales de nuestras especies y, cuando encontraba alguna similitud,
hacer una comparación con mis propias fotografías hasta lograr un cierto grado
de certeza de que se trataba de la misma especie. Algunas bases de datos
incluían mucho más información además de la foto, lo que me ayudaba mucho a
hacer la identificación más confiable. Luego con el nombre binomial, hacía una
búsqueda que en más del 90% de los casos me llevaba a los increíbles recursos
de la Wikipedia.
Había días
que lograba hacer diez identificaciones, otros cinco, otros tres, otros
ninguna, a medida que las especies por identificar se iban reduciendo. Pero a
medida que avanzaba el proceso de identificación, iba aprendiendo poco a poco
no sólo las características específicas de cada especie, sino también la
compleja interrelación entre ellas.
Presente y futuro
En la actualidad,
nuestro jardín cuenta con especies de unas 84 familias debidamente
identificadas. Hay más de 60 variedades de árboles y más de 300 variedades de
flores y plantas ornamentales. Se han comenzado esfuerzos por domesticar
algunas especies silvestres y también se está trabajando en una colección de
chiles (Capsicum sp.).
Al mismo
tiempo que trabajamos para incrementar nuestra colección, también avanzamos en
obras de infraestructura como sistemas de riego, construcción de senderos y
preparación de terreno para futuras expansiones.
Quizá el
aspecto más importante del proyecto sea en el campo educativo. En este sentido,
ya se está trabajando en coordinación con las escuelas para organizar visitas
guiadas que incluyen pláticas y discusiones acerca de la biodiversidad de la
isla y la necesidad de conservarla. También se pretende que con la introducción
de los estudiantes al campo de la Botánica, algunos puedan descubrir su
inclinación en este campo y opten en el futuro inmediato por estudiar una
carrera en esta disciplina científica o en otras afines relacionadas con el
medio ambiente.
Sabemos que
adoptar el nombre de jardín botánico es casi un atrevimiento cuando pensamos en
los jardines botánicos de otros países. Pero también sabemos que la mayoría de
los grandes jardines botánicos de ahora, fueron financiados por reyes y
emperadores en Europa y estuvieron a cargo de los grandes naturalistas y
botánicos de la época, y otros más modernos en Norte América y otros países han
sido patrocinados por grandes universidades como parte de sus planes de estudio
o por instituciones públicas o privadas, teniendo todos estos fabulosos
jardines botánicos un elemento en común: recursos económicos. Eso es lo que nos
hace falta aquí.
Sin
embargo, también sabemos que cualquier esfuerzo tendiente a la conservación de
nuestra biodiversidad, por mínimo que sea, es importantísimo. Y lo más
importante es saber que aun el majestuoso ceibo, el imponente genízaro y el
noble cedro, comenzaron por ser una pequeña semilla. Entonces, quizá la mejor
forma de identificarnos es como “la semilla del jardín botánico de Ometepe”.
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